BARU
RUTAS HACIA LA RESISTENCIA, comentario por Jorge García
Estrechamente vinculado con la asimilación de grandes contingentes de inmigrantes y la reconversión agrícola e industrial, el auge de la ultraderecha en Europa (a cuyo corolario asistimos en las últimas elecciones presidenciales francesas con el pase a la segunda vuelta de Jean-Marie Le Pen, el candidato del Frente Nacional) viene siendo analizado desde hace décadas por los intelectuales más avisados. En el ámbito de la historieta acaso sea la voz de Baru una de las más comprometidas con dicha problemática, como atestigua este espléndido La autopista del sol, justamente galardonado con el premio AlphArt al mejor álbum en el Salón de Angulema de 1996.
Como muy bien ha contado Pepe Gálvez, este autor es uno de los exponentes más valiosos del moderno tebeo francés, al que viene regalando páginas admirables desde principios de los años ochenta, cuando se curtía en la revista Pilote. Obras como Quéquette Blues o La piscine de Micheville mostraron a un gran narrador dotado de unas inquietudes poco frecuentes en el medio, como refrendó en 1990 el impresionante álbum El camino de América (del que contamos con una soberbia edición española a cargo, también, de Astiberri), donde reflexionaba, en compañía de Jean-Marc Thévenet, sobre la guerra de Argelia. Siempre en guardia contra la intolerancia, Baru denuncia sin dogmatismo los contraluces de la Francia actual (racismo, violencia, provincianismo) y aun en las ocasiones en que vuelve la mirada hacia el pasado -caso de su célebre serie Les Années Spoutnik- nunca pierde de vista el presente.
Si bien La autopista del sol nace como encargo para la editorial japonesa Kodansha (interesada desde comienzos de los noventa en introducir en Japón a autores occidentales) y desarrolla minuciosamente un argumento anterior -el de Cours camarade- hasta darle su forma definitiva (dos amigos se ven perseguidos por un monomaníaco fascista que ha sorprendido a uno de ellos, de origen magrebí, en la cama con su esposa), sospecho que la coyuntura social fue determinante en su realización.
Me explico: más allá de los éxitos electorales del Frente Nacional en el sur de Francia (muy sensible a los dictados de la política agraria de la Comunidad Europea), una encuesta detectaba que, por entonces, más de la mitad de la población francesa estaba de acuerdo con un endurecimiento de las políticas de inmigración, llegando a comulgar con postulados próximos a los del propio Le Pen. Observador atento y comprometido con su entorno, Baru debió advertir este clima con seria preocupación.
No es de extrañar, por tanto, que esta historieta arranque con la voladura del último alto horno de una acería, signo de una reconversión industrial que despoja de su identidad a la clase obrera, condenándola a idearios que oponen al discurso de clase una fácil identificación racial o nacionalista. Por su parte, para no caer en el maniqueísmo, el autor confiere a los protagonistas un carácter poco heroico, no exento de machismo u homofobia, contradicciones que salva en lo ético al afirmarlos sobre una intimidad tejida con lazos de amistad y afecto.
Además, como en todo buen relato de huida, los episodios se suceden velozmente permitiéndonos asistir a un brillante ejercicio narrativo donde el montaje en paralelo, los ángulos inclinados de cámara y una composición de página nada gratuita devienen fundamentales para imprimir al libro ese ritmo crecientemente acelerado que lo caracteriza. Como guinda, Baru prescinde de todo signo cinético, obligándose a expresar el movimiento mediante la composición gráfica de cada encuadre. Con todo, esta modesta relación dista mucho de agotar las virtudes de un álbum que, visto en su contexto, cobra el valor de un símbolo: el de la resistencia.